Hoy es el gran día. Por fin he conseguido escribir la primera mitad de la novela y digo conseguido porque estos últimos días me ha costado especialmente seguir. Pero aquí estoy, con lo prometido: me alegra presentaros "El rompecabezas mecánico".
Dos niños deberán crecer más rápido que los demás para enfrentarse a un juego mortal entre universos paralelos. Por riqueza y poder. Por controlar el pasado, presente y futuro. Y que puede acabar con el mundo conocido con solo cruzar una puerta.
Una vez despierten sus habilidades ya no habrá vuelta atrás, ¿Qué quedará de ellos tras una vida entera aprendiendo a descifrar las reglas?
¿Intrigados? Os dejo la primera parte del primer capítulo, registrado junto al título y la sinopsis en Safecreative, y podéis decirme qué os parece en los comentarios. Las siguientes tres partes había pensado colgarlas en simultáneamente aquí y en Wattpad.
Un saludo.
Aaron
El día
que se mudó a Benedict, Inglaterra, sentí como si me diesen una patada en el estómago.
El dolor se concentró en uno de los lados y mi hermano Peter, tres años mayor
que yo, me insultó y se rió hasta darse cuenta de que no estaba bien y llamó a
mi tía Agnes, que era enfermera. Siempre solía llevar uno de esos delantales
horteras cuando estaba en casa y estaba obsesionada con coleccionar palitos de
ambientador con olores “exóticos” y los repartía por toda la casa.
- No tienes nada- dijo con su
voz aguda, que Peter y yo decíamos que se parecía
al sonido que hace una pizarra cuando la arañabas.
- Pero me duele - insistí
y tras suspirar, se decidió a llevarme al hospital. Me cogió del brazo para
dirigirme hacia el coche como si hubiese perdido la facultad de andar y
cruzamos la puerta que salía al jardín de nuestra casa, de tablas de madera
pintada de un verde que la diferenciaba de todo el vecindario y eso hacía que
la gente la mirase intentando entender el porqué, cuando las cosas eran mucho más
simples, a mi tío Mark no le gustaba el azul o blanco del resto porque decía:
- Primero cedes en esto y
luego creerán que serás su esclavo. Vendrán a
tu casa y robarán tu comida, tus muebles… Nunca seas el primero en rendirte
Aaron.
Tendría
12 años, pero no era tan estúpido como para hacerle caso a un hombre que vivía
del sueldo de su mujer y solo se movía del sofá para trapichear. Todos sabían
que era el camello del condado, era un secreto a gritos. Además, aunque Agnes
tuviese los agujeros de la nariz demasiado grandes y los ojos saltones, al
menos no era obesa y su olor corporal dejaba mucho que desear.
Al salir al jardín,
me fijé por primera vez, en el camión de mudanza y junto a él, había una niña,
de pelo corto castaño con un chaleco gris que no había visto antes. Solo tuve
dos segundos de tregua antes volver a sentir ese dolor punzante, que hizo que
la niña se llevase la mano a la boca y abriese mucho los ojos, mientras me
arrastraban al coche y mi tía cerraba la puerta de un portazo.
Durante el camino, ni
siquiera me dirigió la palabra y lo agradecí porque no
me apetecía tener que soportar que se creyese superior a todos, menos viniendo
de una mujer con unos cambios de humor que volverían loco a cualquiera,
causados por su obsesión por las pastillas adelgazantes experimentales.
El doctor de guardia,
Robner, nos saludó a cada uno con un abrazo y me cogió
en brazos hasta dejarme en la camilla. Tras una resonancia y palpar el foco del
dolor, que era exactamente dónde se encontraba mi marca de nacimiento, decidió
que tenía Apendicitis. Apendicitis.
- Estoy perfectamente- le
gruñí porque era lo máximo que el dolor me permitía hablar. Estúpido
apéndice. Solo sabía lo que era porque a dos chicos de mi clase se lo habían
extirpado, pero eran el tipo de chicos que seguramente se lo hubiesen pateado
mutuamente con el fin de no volver a clase en una semana. Espera, caí en la
cuenta entonces de que no tendría que volver a ir al colegio en una semana y
era mi último año en ese sitio, así que sonreí y las palabras que salieron de
mi boca les hicieron a ambos fruncir el ceño, porque quizás vieron, si no lo
habían hecho ya antes, el destino que me esperaba.
- Vacíeme
entero para que no tenga que ir a ese agujero del infierno al que llaman
colegio.
Tres horas y muchos
tranquilizantes después, me dejaron en una cama que no
estaba nada mal, en la que me quedé dormido. Lo peor fueron los sueños que no
pude entender. Había una voz que me llamaba en mitad de un descampado oscuro,
en mitad de la nada y que se materializó, entre sombras, al final de este y me
hizo un gesto para que me acercase mientras su imagen parpadeaba. Yo negué con
la cabeza y ella desapareció para estar de pronto frente a mí y cogerme por los
hombros, transportándome a un despacho y dejándome caer en la silla en frente
del escritorio en la que se sentó.
- Siento todo el espectáculo,
pero quería conseguir tu atención.
- ¿Quién
eres? - le pregunté a la mujer mientras me fijaba en ella por primera vez.
Llevaba un traje de chaqueta gris y sus ojos azules transparentes me escrutaban
de una forma que nadie lo había hecho antes, intentando averiguar si valía.
Porque en un condado como el mío, nunca había nadie nuevo para tener una
segunda impresión.
- Te equivocas, - me dijo,
respondiendo a mis pensamientos - sí
que lo hay y esa es la clave de la cuestión. Hoy has despertado, estaba escrito
que lo hicieses de una forma u otra, pero hemos tenido que interceder para que
conozcas a tu compañera antes de tiempo.
- Voy a explicártelo
de una manera en la que lo entiendas. Hay personas normales y otros que tienen
el equilibrio del mundo en sus manos, tú y yo somos de esas personas. Seguro
que en alguna de tus clases te han explicado que este es el planeta Tierra.
- No soy estúpido
-la interrumpí.
- Perfecto,- contestó
sin humor - pues igual que existe nuestro planeta y el universo en el que se
encuentra, hay millones de reproducciones del mismo, algunas parecidas y otras
no. Y nosotros, la gente como tú y yo hemos nacido con la capacidad y el deber
de cuidar que las puertas que unen un universo y otro, estén seguras y
cerradas.
- Este es el sueño
más raro del mundo.
- Si no me crees, cuando
despiertes ve a la habitación de al lado, llama a
la puerta y verás a Isabelle, tu nueva vecina, tendida en la cama por otro caso
de apendicitis. - Niega con la cabeza, divertida - Tus médicos os han quitado
un órgano solo porque no se han dado cuenta de que al estar cerca, ambos habéis
despertado de manera anticipada.
Entorné
los ojos y me crucé de brazos.
- ¿Y
por qué ahora? ¿Por qué habéis “intercedido”? - odiaba su forma de explicar las
cosas porque parecía querer hacerse la inteligente.
Ella sonríe,
al darse cuenta de que recuerdo sus palabras.
- Las personas que iban
antes de vosotros están muertas y eso me obliga a buscar
alguien que os remplace hasta dentro de tres años, como lo indica el reglamento.
Pero necesito que cuando entréis en servicio, estéis
preparados.
Yo también
sonreí porque aunque todo pareciese una locura, había conseguido intrigarme.
- Ahora vete, busca a la
chica. Ella y yo acabamos de tener esta misma conversación.
Antes de que pudiese
preguntarle nada más, me echó del sueño y desperté de
golpe en la cama. Al doblarme hacia delante, mi cuerpo recién salido de una
operación me torturó con un dolor que no debería tener que volver a sentir.
Entonces respiré hondo y abrí las sábanas, para levantarme lentamente y
demostrarme a mí mismo que todo había sido un sueño.
Avancé, con cuidado de no hacer ruido, y tiré del pomo hacia dentro antes de
parar al oír la voz de mi tía desde la habitación de al lado. Negué con la
cabeza para mí mismo y me quedé quieto para ver qué decían o si se iban.
- Seguro que mi sobrino y tu
hija se hacen amigos, tienen casi la misma edad.
Soy capaz de hacer amigos
solo, gracias.
- Sería
genial, - contestó una mujer con voz dulce - Isabelle - me encogí en cuanto
dijo su nombre - todavía no conoce a nadie y esta es la primera vez que se
aleja de sus amigos.
- ¿Por
qué no me cuentas cómo era la ciudad en la que vivíais mientras tomamos un café?
- Le preguntó mi tía y me tensé sin querer al esperar la respuesta de la
desconocida.
- Izzy, cielo, ¿estarás
bien si me voy diez minutos?
La niña debió haber asentido, porque oí la puerta abrirse y
cerrarse y cómo se alejaban. Solo es una chica, me recordé y salí de la
habitación para abrir su puerta lentamente.