jueves, 30 de junio de 2016

La traducción literaria que acaba con el estilo del autor o siempre la misma historia

El título es rotundo, pero una vez más acabo cabreada al ver traducciones de libros juveniles que destrozan el ritmo y acaban con el estilo, ya sea directo o indirecto, rápido o lento. ¿Por qué? Porque el traductor es una especie de autor solo que a la vez no lo es.
Voy a contaros un cuento, se llama "transcreación", que es lo que hace un traductor a través de sus aportaciones a lo intraducible y la acción de acercar la historia al lector del idioma meta. Y no, eso no significa libertad para inventar lo que no está ahí ni para alterar el estilo.
Y siempre acabo preguntándome porque solo leo en inglés y sé que debería leer en mi idioma, pero siempre es la misma historia (menos con La reina roja, cuya traducción es de lo mejor que he visto).
El año que viene haré un máster de traducción literaria y quizás eso haga cambiar mi visión, pero hasta entonces, no puedo entender el por qué, menos ahora que mi libro está ahí fuera. Imaginaos por un momento que tenéis vuestra obra, la que os ha costado tanto tiempo y esfuerzo y valoráis tanto, y alguien hace cambios. A mí me partiría el corazón.
No me malinterpretéis, traducir es difícil y no es una ciencia exacta. Es evidente que mi manera de traducir tiene a ser todo lo literal que se pueda mientras no se cometan calcos y sea correcto. Y por lo que sé, la traducción literaria no está demasiado bien pagada y es de lo más difícil que hay, junto con la científica. Pero eso no es excusa.
Si cojo un libro de Stephen King, por ejemplo, sé que su traducción se tendrá en un estima diferente, porque no se subestima al público que lo lee. Se les considera adultos y eso no pasa con el género juvenil, donde, en las librerías, tienes que dirigirte a de 12 años en adelante. Es francamente triste al no ser así.
Siento que me repito, pero la historia es siempre la misma.

Un saludo.

miércoles, 29 de junio de 2016

Primer capítulo de El rompecabezas mecánico


Aaron

El día que se mudó a Benedict, Inglaterra, sentí como si me diesen una patada en el estómago. El dolor se concentró en el lado izquierdo y mi hermano Peter, tres años mayor que yo, me insultó y se rió hasta darse cuenta de que no estaba bien, por lo que llamó a mi tía Agnes, que era enfermera. Ella siempre solía llevar uno de esos delantales horteras cuando estaba en casa y estaba obsesionada con coleccionar palitos de ambientador con olores «exóticos», que repartía por toda la casa.

- No tienes nada- dijo con su voz aguda, que para Peter y para mí tenía el mismo efecto que el sonido que hacía una pizarra al arañarla.

- Pero me duele - insistí y tras suspirar decidió llevarme al hospital. Me cogió del brazo para dirigirme hacia el coche como si hubiese perdido la facultad de andar y cruzamos la puerta que salía al jardín de nuestra casa, de tablas de madera pintada de un verde que la diferenciaba de todo el vecindario, que hacían que la gente la mirase intentando entender el porqué, cuando las cosas eran mucho más simples, a mi tío Mark no le gustaba el azul o blanco del resto porque decía:

- Primero cedes en esto y luego creerán que serás su esclavo. Vendrán a tu casa y robarán tu comida, tus muebles... Nunca seas el primero en rendirte Aaron.

Tendría 12 años, pero no era tan estúpido como para hacerle caso a un hombre que vivía del sueldo de su mujer y solo se movía del sofá para trapichear. Todos sabían que era el camello del condado, era un secreto a gritos. Además, aunque Agnes tuviese los agujeros de la nariz demasiado grandes y los ojos saltones, al menos no era obesa ni su olor a sudor te daba ganas de vomitar.

Al salir al jardín, me fijé por primera vez en el camión de mudanza. Junto a él, había una niña, de pelo corto castaño con un chaleco gris a la que no había visto antes. Solo tuve dos segundos de tregua antes volver a sentir ese dolor punzante, que hizo que la niña se llevase la mano a la boca y abriese mucho los ojos, mientras me arrastraban al coche y mi tía cerraba la puerta de un portazo.

Durante el camino, ni siquiera me dirigió la palabra y lo agradecí, porque no me apetecía tener que soportar que me recordase lo buena que había sido al acogernos, menos viniendo de una mujer con unos cambios de humor que volverían loco a cualquiera, causados por su obsesión por las pastillas adelgazantes experimentales.
El doctor de guardia, Robner, nos saludó a cada uno con un abrazo y me cogió en brazos hasta dejarme en la camilla. Tras una resonancia y palpar el foco del dolor, que era exactamente dónde se encontraba mi marca de nacimiento, decidió que tenía Apendicitis. Apendicitis.

- Estoy perfectamente- le gruñí porque era lo máximo que el dolor me permitía hablar. Estúpido apéndice. Solo sabía lo que era porque a dos chicos de mi clase se lo habían extirpado, pero eran del tipo que seguramente se lo hubiesen pateado mutuamente con el fin de no volver a clase en una semana. Espera, caí en la cuenta entonces de que no tendría que volver a ir al colegio en una semana y era mi último año en ese sitio, así que sonreí y las palabras que salieron de mi boca les hicieron a ambos fruncir el ceño, porque quizás vieron, si no lo habían hecho ya antes, el destino que me esperaba.

- Vacíeme entero para que no tenga que ir a ese agujero del infierno al que llaman colegio.

Tres horas y muchos tranquilizantes después, me dejaron en una cama que no estaba nada mal y me quedé dormido. Lo peor fueron los sueños que experimenté, con los mismos detalles que hubiesen tenido si fueran reales. Había una voz que me llamaba en mitad de un descampado oscuro, en mitad de la nada y que se materializó al final del todo, como una sombra, para empezar a hacerme después un gesto de que me acercase, con la mano, mientras su imagen parpadeaba. Yo negué con la cabeza y ella desapareció, reapareciendo de pronto frente a mí y cogiéndome por los hombros, transportándome a un despacho y dejándome caer en la silla en frente del escritorio, detrás del que se sentó.

- Siento todo el espectáculo, pero quería conseguir tu atención.

- ¿Quién eres? - le pregunté a la mujer mientras me fijaba en ella por primera vez. Llevaba un traje de chaqueta gris y sus ojos azules casi transparentes me analizaban de una forma que nadie lo había hecho antes, intentando averiguar si valía. Porque en un condado como el mío, nunca había nadie nuevo para tener una segunda impresión.

- Te equivocas, - me dijo, respondiendo a mis pensamientos - sí que lo hay y esa es la clave de todo. Hoy has despertado, estaba escrito que lo hicieses de una forma u otra, pero hemos tenido que interceder para que conozcas a tu compañera antes de tiempo.

- ¿Mi qué?

- Voy a explicártelo de una manera en la que lo entiendas. Hay personas normales y otros que tienen el equilibrio del mundo en sus manos, tú y yo somos de esas personas. Seguro que en alguna de tus clases te han explicado que este es el planeta Tierra.

- No soy estúpido -la interrumpí.

- Perfecto,- contestó sin humor - pues igual que existe nuestro planeta y el universo en el que se encuentra, hay millones de reproducciones del mismo, algunas parecidas y otras no. Y nosotros, la gente como tú y yo, hemos nacido con la capacidad y el deber de cuidar que las puertas que unen un universo y otro estén seguras y cerradas.

- Este es el sueño más raro del mundo.

- Si no me crees, cuando despiertes ve a la habitación de al lado, llama a la puerta y verás a Isabelle, tu nueva vecina, tendida en la cama por otro caso de apendicitis. - Niega con la cabeza, divertida - Tus médicos os han quitado un órgano solo porque no se han dado cuenta de que al estar cerca, ambos habéis despertado de manera anticipada.

Entorné los ojos y me crucé de brazos.

- ¿Y por qué ahora? ¿Por qué habéis «intercedido»? - odiaba su forma de explicar las cosas porque parecía querer restregarme su inteligencia.

Ella sonrió, al darse cuenta de que recordaba sus palabras.

- Las personas que iban antes de vosotros están muertas y eso me obliga a buscar alguien que os remplace hasta dentro de tres años, como está establecido. Pero necesito que cuando entréis en servicio, estéis preparados.

Yo también sonreí porque aunque todo pareciese una locura, había conseguido intrigarme, lo que no era tan difícil realmente.

- Ahora vete, busca a la chica. Ella y yo acabamos de tener esta misma conversación.

Antes de que pudiese preguntarle nada más, me echó del sueño y desperté de golpe en la cama. Al doblarme hacia delante, mi cuerpo recién salido de una operación me torturó con un dolor que no debería tener que volver a sentir. Después de todo estaba en el hospital para que me diesen drogas para el dolor o eso era lo que había dicho Peter cuando se rompió el brazo en un partido de rugby.
Después respiré hondo y abrí las sábanas, para levantarme lentamente y demostrarme a mí mismo que todo había sido un sueño.
Avancé, con cuidado de no hacer ruido, y tiré del pomo hacia dentro antes de parar al oír la voz de mi tía desde la habitación de al lado. Negué con la cabeza para mí mismo, preguntándome por qué tenían que estar ahí exactamente y me quedé quieto para ver qué decían o si se iban.

- Seguro que mi sobrino y tu hija se hacen amigos, tienen casi la misma edad.

Soy capaz de hacer amigos solo, gracias.

- Sería genial, - contestó una mujer con voz dulce - Isabelle - me encogí en cuanto dijo su nombre - todavía no conoce a nadie y esta es la primera vez que se aleja de sus amigos.

- ¿Por qué no me cuentas cómo era la ciudad en la que vivíais mientras tomamos un café? - Le preguntó mi tía y me tensé sin querer al esperar la respuesta de la desconocida.

- Izzy, cielo, ¿estarás bien si me voy diez minutos?

 La niña debió haber asentido, porque oí la puerta abrirse y cerrarse, al igual que sus pasos mientras se alejaban. Solo es una chica, me recordé y salí de la habitación para abrir su puerta lentamente.

Isabelle

Aaron Salzberg quería respuestas. Me miraba con los ojos entrecerrados y quizás esperaba que yo le dijese algo que Julia, la señora que apareció en mi sueño, no le hubiese dicho.
Y aunque los segundos seguían pasando él no decía nada.

- Aaron, ¿te pasa algo? - le pregunté para ver si así reaccionaba. Era el chico más raro que había conocido nunca.

Él dio un paso hacia la cama y se paró junto a mis pies.

- Isabelle - dijo mi nombre en voz alto y asentí.

Solo llevaba día y medio en ese pueblo y ya quería volver a casa. Al apartamento que teníamos en Madrid, España, el país en el que mi madre y yo habíamos nacido, pero el trabajo de mi padre nos arrastró a ese condado tenebroso y oscuro, rodeado de casas salidas de las películas de terror que siempre había visto a escondidas, mientras mis padres fingían no saber que me sentaba en las escaleras y miraba entre los huecos de mis dedos, lista para correr de vuelta a mi cuarto si tenía demasiado miedo. Harás cientos de amigos, dijo mi padre antes de venir, seguramente porque no sabía que no había tantos niños en todo Benedict. Al menos podía dar las gracias de que mis padres me hubiesen hablado en inglés durante toda mi vida, mi padre con su acento de Sussex y mi madre con el español, lo que me permitía mezclarme y entender a la gente del Norte de Inglaterra.

Sin querer, se me escapó un sollozo antes de que pudiese seguir fingiendo que estaba contenta de estar allí. Las lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas y bajé la cabeza para que quedase en cierta forma oculta por mi pelo corto. No obstante, él seguía mirándome, lo que me hacía sentir aún más incómoda y llorar con más fuerza.
Entonces le oí acercarse y me tocó el brazo.

- ¿Por qué lloras? - me preguntó serio.

Yo intenté apartar las lágrimas con las palmas de las manos, torpemente, mientras le miraba y me daba cuenta, por primera vez, de que sus ojos eran verdes y moteados. Si llevaba sorprendiéndome cada vez que miraba a alguien a los ojos era también porque procedía de un país en el que la mayoría de la gente, con pocas excepciones como yo y mi madre, que teníamos los ojos de un marrón verdoso, tenían los ojos oscuros.

- Da igual, - le contesté con demasiada brusquedad, teniendo en cuenta de que se estaba preocupando por mí y no me conocía. - Solo quiero volver a casa, no encajo aquí.

- Llevas un día, Isabelle.

- Izzy, llámame Izzy. Sí, lo sé, pero no conozco a nadie y llevo dos días sin ver a mi padre porque está trabajando y...

De nuevo, me puso la mano en el hombro para tratar de hacerme sentir mejor. Y así fue.

- Sí que conoces a alguien, seamos amigos. - Aaron fue a coger algo de dónde deberían haber estado sus bolsillos, pero entonces se dio cuenta de que llevaba todavía la bata del hospital y sonrió.- Cuando volvamos a casa te enseñaré el condado y verás que no es tan malo como parece, ¿vale?

Yo asentí tímidamente, tanto agradecida como avergonzada por haberme puesto a llorar como una niña pequeña. Entonces él se giró para volver a su habitación.

- Aaron, - le llamé y se giró, esta vez forzando una sonrisa - gracias.

Sin embargo, no me contestó y salió cerrando la puerta.

El crujido de la madera, me hizo pensar en la del despacho de mi sueño y, aprovechando que estaba sola, abrí la bata que llevaba, para ver mi marca de nacimiento. La toqué ligeramente con los dedos y cuando sentí que ardía, presioné con fuerza hasta oír un golpe desde la habitación de al lado. Miré hacia la pared sin entender, ¿por qué había hecho eso? Entonces apareció de la nada un dolor intenso en ese mismo lugar, justo donde me habían operado.


- Izzy - oí a través de la pared y salí de la cama para sentarme en la esquina- ¿has sentido eso?

- Sí, no lo entiendo.

- Todo saldrá bien, lo descubriremos.

Su voz comprensiva y sus palabras de ánimo me habían hecho sentir otra vez segura, por eso me quedé ahí hasta que mi madre abrió la puerta y me cogió de los brazos para ayudarme a subir de nuevo a la cama. Después me miró preocupada y me acarició la mejilla.

- Mamá, no vas a creer esto, - siempre le había contado todo a mi madre y esta vez no iba a ser diferente - una señora se nos apareció en sueños a Aaron y a mí, y tenemos que ayudar a mantener el orden de todos los universos que existen, y estamos conectados por nuestras marcas de nacimiento, y...

- Izzy, tranquilízate. - Bajó la mirada a su regazo y sonrió. - Me alegro de que te hayas hecho amiga del vecino, pero tienes que descansar, cariño. Cuanto antes te mejores, antes podremos volver a casa.

Mi madre no quería escuchar todo lo que había aprendido desde que llegamos, sin embargo, tenía razón y en menos de veinte minutos estaba dormida otra vez. En vez no soñé nada y me desperté sintiéndome decepcionada aunque contenta, porque justo entonces entró un médico en la habitación para decirnos que ya me habían dado el alta. Era un señor alto y delgado, con la barba corta y canosa, y gafas.

Una enfermera vino después a traerme mi ropa y en menos de veinte minutos ya estábamos en casa, igual que Aaron, porque el coche gris oscuro de su familia estaba aparcado en la entrada. Miré a mi madre y, sin decirle nada supo lo que iba a preguntarla y asintió, soltándome la mano para que pudiese ir a buscarle, además de hacer que no tuviese que pasar de nuevo la tarde sola con mis muñecas.

Subí las escaleras que llevaban a su entrada y llamé a la puerta, que abrió un adolescente que se parecía a Aaron, aunque sus ojos fuesen marrones y su pelo un poco más claro.

- Hola, soy la vecina de al lado. He venido a ver si Aaron ya estaba en casa.

Él me sonrió como solían hacer los adultos cuando creían que había hecho algo bien, haciéndose a un lado después, segundos antes de que Aaron viniese corriendo desde el interior de la casa, donde la luz iluminaba un largo pasillo aunque creando sombras, y me cortase el paso.

- Voy a enseñarle Benedict, dile a la tía que estaré aquí para la cena.

- No soy tu mensajero,- le contestó su hermano y cerró la puerta de un portazo.

Empezamos a caminar por la calle y estuvimos en silencio hasta que giramos la esquina.

- Voy a llevarte a un sitio en el que me escondo cuando no quiero estar en casa, ¿Quieres que te lo enseñe?



Isabelle

Como no tenía nada más que hacer le dije que sí, pero, en lugar de ir andando, me cogió del brazo y echó a correr tan rápido que en varias ocasiones estuve a punto de tropezar. El paisaje rural del condado pasaba a mi lado como un borrón en el que no podía distinguir más que la forma de los árboles y la carretera que desaparecía a nuestra derecha según nos alejábamos de dónde estaban las casas, por un camino de tierra. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho y mi piel seguía tirante por la operación. No creía que correr fuese una buena idea, pero ya estaba lo suficientemente lejos como para girarme y volver a casa, la que sabía que no podría encontrar sola.
Antes de poder seguir con pensando, paró en seco, dejándome ver por primera vez dónde estábamos. Era un bosque en cuesta, en el que en río salía por debajo de las piedras y se volvía a esconder, para resurgir más adelante, formando corrientes. El verde estaba en todas partes: en los árboles, mezclado con la tierra y en todas las plantas que habíamos visto hasta llegar hasta allí. Era un lugar impresionante.
No pude evitar mirar en todas direcciones con los ojos desorbitados y él soltó una carcajada al ver mi cara. A continuación, me cogió de la mano y tiró de mí hacia arriba de la colina hasta llegar a uno de los arbustos que rodeaban a los árboles y, al girar, señaló con la mano que le quedaba libre una gruta que se escondía en la tierra y que era lo suficientemente grande como para que cupiesen al menos a treinta personas. Ambos entramos sujetándonos en los huecos de las rocas y nos quedamos en la entrada porque era el único sitio al que llegaba la luz del sol.

- Este lugar es secreto,- me dijo - no se lo puedes decir a nadie.

- No se lo diré a nadie, te lo prometo. - Entonces miré hacia la oscuridad y por primera vez se me ocurrió que pudiese haber bichos o incluso algún pequeño animal, aunque esta vez no sería la primera en asustarme.

- Al menos aquí podremos hablar de lo que dicen que tenemos que hacer. ¡Cómo si ya no tuviésemos suficientes responsabilidades!

- Lo sé - le respondí y me reí mientras me alejaba de él para explorar. Había visto un reflejo de luz en el fondo y necesitaba saber qué era.

- ¿A dónde vas? - me preguntó y antes de que pudiese darme cuenta, estaba detrás de mí, me giré hacia él y nos tropezamos. - Eres muy torpe.

- Tú también, Aaron. – Le contesté, tratando de buscar el reflejo, que había desaparecido, y al mirar hacia la salida vi que ambos nos habíamos alejado demasiado y ese lugar empezó a darme miedo y ya no me sentía tan valiente como al principio. - Quiero volver a casa.

Entonces volvió a cogerme del brazo y nos dirigimos a la salida. A la vuelta pude ver el camino con más detalle a pesar de que ya había empezado a atardecer y el cielo estaba completamente cubierto. Había casas de madera y de piedra, mucho más antiguas que las anteriores y rodeadas de malas hierbas. Siguiendo el camino junto a la carretera estaba nuestro colegio, que era mucho más alto de lo que era al que solía ir en Madrid y no tenía ninguna valla para atrapar dentro a los niños.
Nuestras casas se encontraban a cinco minutos de allí y había empezado a hacer cada vez más frío, y cuando me giré a mirar a Aaron vi que sus hombros también estaban temblando. Un coche negro empezó a acercarse desde el otro lado de la carretera y pasó junto a nosotros, haciendo que tuviese que pegarse a Aaron para que no me atropellase.
Era la primera vez que estaba tanto tiempo sola y fuera de casa, así que solo pensar que ese coche se parase cerca de dónde estábamos hizo que me entrasen ganas de gritar. Además de que al ver reflejado el mismo miedo en los ojos de Aaron, aceleramos el paso hasta llegar y despedirnos antes de entrar en nuestras casas.



Aaron

La primera semana de colegio llegó demasiado pronto, como todos los años. Con una simple diferencia. Tuve que acompañar a la chica nueva, que solo estaba en Benedict desde hace unas semanas y me gustaba bastante más que mucha gente.
Izzy entró en el instituto solo conociéndome a mí de todas las personas que estaban en el edificio, y salió rodeada de amigos y habiéndose apuntado a clases de ballet a las que iban esas niñas pijas de las casas reformadas del otro lado del condado. Al verla junto a tantas personas, no pude evitar pensar que ahí iba mi nueva amiga, solo que al verme, subió la cabeza y sonrió, mientras que los demás hicieron como si no estuviera cerca y empezaron a irse. 
En ese lugar maldito al que me obligaban a ir a diario, solo había dos personas de confianza, mis amigos Albert y Carl, y ahora, Izzy, que vino hacia mí absolutamente entusiasmada y durante todo el camino a casa me estuvo contando su día con todo lujo de detalles. Pero desgraciadamente mi capacidad de atención no suele superar más de un minuto y medio, sin que esta ocasión fuese diferente.

Durante esos días, ninguno de los dos habíamos vuelto a soñar con esa mujer y no teníamos nada más que esa marca en el lado izquierdo de la tripa para hacernos creer que había sido real. Y a veces, durante mis clases, dibujaba monstruos que creía que podríamos encontrar y que nunca les enseñaba a nadie, porque no había nada que me gustase más que pasar las horas soñando despierto.

Cuando ya había pasado un mes, esperaba con impaciencia que llegasen las vacaciones de Navidad. Ese curso estaba con los mismos profesores que me vigilaban durante toda la hora y me preguntaban porque sabían que nunca tenía la respuesta.
Un día como los de más estaba tumbado en la cama para dormir, con los ojos abiertos mientras miraba caerse la pintura gris del techo y mi visión se oscureció en un segundo, hasta que aparecieron cientos de imágenes, pasando una detrás de otra, sin que pudiese hacerlas parar. Me estaban mareando. Cuando terminaron, me quedé en la misma posición en la que estaba y tragué saliva para reprimir las ganas de vomitar, después solo apreté los ojos y vi la primera de ellas, como si se hubiese convertido en un recuerdo que podía seleccionar de entre todos los demás: en él había un hombre de unos treinta años, con la nariz casi puntiaguda y el pelo largo y oscuro, junto a una puerta, y detrás, una mujer pelirroja que solo observaba cómo él trataba de abrirla, a pesar de que no tenía pomo. Aunque eso no parecía un problema para él. Movió la mano y justo enfrente, había una figura forjada en la madera, una especie de pájaro cuyas partes empezó a doblar sobre sí mismas y girar hasta formar un rombo del que tiró hacia fuera, lo que hizo que la puerta se abriese y toda la luz, que les deslumbró, lo inundara todo.

Parecía que la forma de abrir las puertas era la misma en todos los recuerdos, aunque ni estas, ni las personas que las abrían, siempre un hombre y una mujer, fuesen los mismos en más de un recuerdo. Tenía que contárselo a Izzy.
Con la palma de mi mano apreté en la marca de nacimiento con tanta fuerza que tuve que apretar los dientes para soportar el dolor.
Al menos sabía que si ella estaba durmiendo antes, ya no seguía haciéndolo. Por eso salí de mi habitación en pijama, bajé las escaleras y crucé el salón a oscuras, hasta salir de casa y dar la vuelta a su jardín para tirar piedras a su ventana, también en el segundo piso.
Ella abrió la ventana, somnolienta y me miró con odio.

- Tengo que contarte algo - le dije no muy alto para evitar despertar a sus padres.

- ¿No puedes hacerlo por la mañana? - Me preguntó molesta y cuando vio que estaba empezando a impacientarme, negó con la cabeza y supe que había ganado. - Sube por el árbol y salta hasta la ventana.

Se había vuelto loca, el árbol estaba a casi un metro de la ventana y podría matarme, pero si no lo intentaba me tacharía de cobarde para siempre. Ignorando a mi lógica, lo escalé hasta estar en frente de ella y me impulsé hacia delante e Izzy  me cogió de los brazos, logrando milagrosamente que no me matase por caer al vacío.

Ya dentro, se sentó en la cama y esperó con los brazos cruzados a que se lo contase, y así lo hice. Su gesto fue cambiando poco a poco hasta que estuvo tan entusiasmada como yo.

- ¿Por qué yo no he visto nada? - Me preguntó mientras se pasaba la mano por encima de la marca, que seguramente le seguía doliendo por mi culpa y mentiría si dijese que eso no me hizo sentir algo culpable. Solo un poco.

- A lo mejor lo haces mañana o pasado.

- Sí, a lo mejor. - Parecía que se estaba poniendo triste y no podría soportar otro momento incómodo como el del hospital.

- Bueno, tengo que irme. - Me giré y vi que desde la ventana el salto no parecía tan difícil, así que me impulsé, consiguiendo llegar por los pelos y conseguí agarrarme a las ramas para bajar lentamente, hasta entrar en casa con sigilo y subir a mi habitación. En mi casa a nadie le importaba lo que hiciésemos mi hermano o yo, así que podía hacer lo que quisiese las veinticuatro horas del día, siempre que fuese al colegio y no repitiese curso.
Mis padres habían muerto en un accidente de coche cuando Peter tenía siete años y yo cuatro, por lo que ni siquiera les recordaba. Mi hermano decía que con ellos las cosas estaban bien, teníamos un hogar de verdad e importábamos y después siempre me repetía que nos tendríamos el uno al otro. Que nos metiésemos entre nosotros casi siempre no significaba nada, era lo que hacían todos los hermanos.
Una vez Izzy me preguntó por qué nos hablábamos así y simplemente me encogí de hombros porque una hija única nunca lo entendería, además de que no creía que tener una hermana fuese igual que un hermano y a pesar de las insinuaciones estúpidas de Albert, era lo que ella era para mí. Mi hermana pequeña de otros padres, forrados de dinero, que siempre me daban la bienvenida al verme como si fuese su hijo perdido. Y a veces me gustaría serlo. 


¡El rompecabezas mecánico ya está a la venta!

¡Hoy es el gran día! ¡El rompecabezas mecánico está a la venta en Amazon! Dar el salto a la publicación o simplemente decidirse a publicar es complicado y no puede hacerse a la ligera.
Piensas: ¿Gustará mi libro? ¿Lo promocionaré lo suficiente? o ¿Y si la historia no es tan buena como pensaba? Pero lo más importante es que creas en tu trabajo lo suficiente como para que eso no te preocupe y te lances si ese es el caso.
Como ya os conté en una ocasión, Amazon tiene dos plataformas de autopublicación, el KDP (en Kindle) y CreateSpace (versión en papel). Antes de publicar, había oído muy buenas opiniones de ambas, pero si al final me he decidido por el KDP ha sido porque en la era digital es perfecta para que llegue a otros mercados que no sean solo el nacional. Aunque, no me malinterpretéis, no hay nada mejor que un libro en papel y, por eso, quizás me decida en algún momento, depende de las ventas de la versión Kindle, a publicar mi libro también en CreateSpace. En ese caso, solo habría que abonar una cuarta parte del precio, si lo que tienes es la versión en papel, para tener la versión digital.
Mi experiencia autopublicándolo ha sido agridulce. En parte ha sido sencillo, pero a lo mejor porque lo he hecho con la ayuda de un amigo. A veces me daba la sensación de que incluía información a tientas y rezaba internamente por estar haciéndolo bien, eso ya me lo diréis vosotros.

Os dejo el enlace a El rompecabezas mecánico, la sinopsis y volveré a subir los primeros capítulos (por aquí, porque mi cuenta de Wattpad sigue inaccesible).

Aaron e Izzy se verán obligados a crecer más rápido que los demás para enfrentarse a un juego que en un principio parecía una simple aventura y que acabará siendo una cuestión de supervivencia. Por riqueza y poder. Por controlar el pasado, presente y futuro. Y que puede acabar con los diferentes universos con tan solo cruzar una puerta.
Varios años antes, una joven que ansía la vida que le ha sido negada ve la posibilidad de hacerse fuerte a través de los portales. Arriesgarse deja de ser importante cuando el premio por vencer es tan grande.

Un saludo.


sábado, 25 de junio de 2016

¡Mi primer libro está en preventa!

Hace tiempo que os dije que planeaba publicar mi primer libro con Amazon y por unas cosas u otras lo fui retrasando, pero ya no voy a esperar más. Este no es el primer libro que he escrito, pero sí uno que me ha encantado escribir y del que ya publiqué por aquí y en mi cuenta de Wattpad los tres primeros capítulos. "El rompecabezas mecánico".

Esta es la sinopsis: Aaron e Izzy se verán obligados a crecer más rápido que los demás para enfrentarse a un juego que en un principio parecía una simple aventura y que acabará siendo una cuestión de supervivencia. Por riqueza y poder. Por controlar el pasado, presente y futuro. Y que puede acabar con los diferentes universos con tan solo cruzar una puerta. 
Varios años antes, una joven que ansía la vida que le ha sido negada ve la posibilidad de hacerse fuerte a través de los portales. Arriesgarse deja de ser importante cuando el premio por vencer es tan grande. 

Es de género juvenil pero lo pueden leer personas de todas las edades, es acción rápida, con romance y aventuras. Y no solo espero que os guste, espero que os encante, que veáis más allá del bueno y del malo. 
Ya haré otra entrada para contaros el proceso de publicar en el KDP (en versión Kindle) de Amazon. ¿Por qué este formato? Porque en la era de la tecnología y al ser el primero publicado me parecía una buena manera de comenzar. 

Espero que tengáis un gran sábado. 
Un saludo. 

miércoles, 22 de junio de 2016

Tercer capítulo publicado y los primeros tres capítulos solo para vosotros

Con esta publicación se me ha ocurrido copiar cada capítulo en el blog, ya que muchos de vosotros no podréis leerlo sin cuenta de Wattpad. Me encantaría que me dieseis vuestra opinión y que os guste, porque al fin y al cabo eso es lo más importante. Allá van los primeros tres capítulos. 

Capítulo 1 
Abi, princesa de Ranta

Mi nombre no es Abi, no nací en Ranta y vestida con la chaqueta agujereada que encontré en la basura difícilmente podría ser una princesa. Contaros la lista de cosas que no soy se haría interminable, pero en resumen, mi cabello no es negro, mis ojos no son azules y llevo maquillaje para ocultar cualquier lunar o peca que pudiese hacerme reconocible. Ni siquiera tengo huellas dactilares.
¿A qué viene tanto secretismo? Bueno... es una larga historia. En la calle soy invisible,  porque si no pueden verme, no pueden tocarme ni adivinar quién soy. Y si lo hiciesen que yo estuviese en peligro dejaría de ser importante, porque las personas por las que tomé la decisión de desaparecer, lo estarían, y eso es algo que no puede ocurrir. Otra vez no.
Cuando cierro los ojos en el agujero al que llamo apartamento, veo la cara de mi hermana, de mi padre, de Samuel... y hay días en los que sueño con ellos y es como si estuviese en casa. Los campos de Navinia nunca fueron tan brillantes y nunca estuvo tan lleno de vida como en mis sueños. A veces incluso mi madre estaba allí y me acariciaba la cara, Samuel me ponía la mano en el hombro y Thora, mi hermana pequeña, mi artista, mi responsabilidad, chillaba desde otra parte de la casa y yo salía corriendo a buscarla, pero ya era tarde para salvarlos a todos. Siempre era tarde. Cuando oí a mi hermana fue el principio del fin.
Quizás este sea el momento de ser explícita, de detallar cada segundo y lo haré solo porque... porque esta historia merece ser contada, porque no creo que sobreviva a mi venganza y tú serás quién guarde mis secretos. Te nombro mi confidente, amigo, hoy es tu día de suerte.
Hola, mi nombre real es Marine Nash y sí, soy la hija del hombre que destruyó Navinia y la misma que estuvieron buscando durante meses, quizás años. Antes de todo, mi padre era un inventor de los que cambian el mundo, de los que atraen inversores y a la gente equivocada a la casa de una familia de tres, en la que las dos hijas son pequeñas pero no tanto como para no entender que dos hombres están agarrando a tu padre por el cuello, contra la pared, en su despacho  y a última hora de la noche. Nunca fuimos ricos. No teníamos tecnología que no hubiese creado mi padre ni nada de lo que llevan los críos de Ranta. Pero nos sentíamos queridas.
Mi hermana solo vio un segundo la escena porque la escondí en el armario y corrí a la casa de al lado. La casa de madera azul con tejas negras y flores en el jardín. Antes de que pasase más de un minuto toda la familia Mai, Samuel incluído, estaban llamando a los agentes de la ley, dispuestos a ayudarme. Todo hasta que mi hermana chilló y el padre de Samuel corrió hacia la casa, todo hasta que el nuevo invento de mi padre, "la caja de energía" como la llamaron los periódicos, se sobrecalentó porque mi padre nunca la había tenido más de 5 minutos en funcionamiento y seguramente llevaba más de media hora. Juro que podía oír los pasos del vecino yendo a salvarlos a todos y oír el primer disparo. Mi hermana salió corriendo hasta la puerta y no pude evitar ir hacia ella al verla allí, sola, todavía con su pijama y los ojos llenos de lágrimas. Por Dios, tenía solo 6 años. Samuel nos llevó de vuelta al interior de sus casa y....
Llegó el final con la explosión. El amianto nos protegió porque vivíamos en bunquers con aspecto de casas de fantasía, en un pueblo que poblaron nuestros abuelos en mitad del desierto, gracias a que quien fuera que los creó, ya no necesitaba sus refugios antinucleares. Si hubiese contaminación ni siquiera habíamos nacido. Pero, tumbada en el suelo, con la mano de Samuel en mi hombro y protegiendo a mi hermana con mi cuerpo, ya no estaba tan segura de por qué seguía ahí.
Días más tarde nos reubicaron en las regiones próximas. Tuvimos suerte de que nos dejasen alojarnos a mi hermana y a mí con Samuel y su madre, toda la familia que le quedaba en ese momento. Semanas más tarde, mi hermana volvió a sonreír por primera vez. Meses más tarde me escapé por primera vez para volver a lo que quedaba de Navinia pero Samuel me siguió y el resto es historia. Demasiadas confesiones por esta noche. Dormid, angelitos, que no os piquen las chinches.
¿Seguís aquí? Interesante, no creí que duraseis tanto. Es hora de contar mentiras. Soy una estafadora consagrada, de pequeña contaba mentiras piadosas y ahora ni siquiera sé qué es verdad. Salí de la oscuridad de mi apartamento a la luz cegadora de Ranta, la metrópolis multicultural de los tecnócratas y los ricachones, con sus grandes carteras. Me escondo entre la gente, con el pelo recogido y una americana, pantalones vaqueros y zapatos de tacón. Les hago creer que soy una de ellos, cuando en realidad desprecio su forma de vida. Hoy voy a buscar trabajo de azafata para uno de los mayores congresos de inventores de este lado del universo, donde mi padre debería haber estado si siguiese vivo. Les enseñaré mi identificación como Nadine Reign, Agatha Walton o Abi See, aunque esta última me la suelo guardar para robar en los garitos de alterne y meterme en partidas de póquer en sótanos donde se apuestan grandes sumas. ¿Alguna vez gano? No apuesto una sola moneda, solo voy a mirar y a hacer contactos, hacerles pensar que saben dónde estoy y lo que quiero. Encontrar a los asesinos de mi padre y del padre de Samuel.
A las 4 de la tarde sirvo copas gracias a mi nuevo trabajo con un contrato no muy legal. Me he cambiado las lentillas por unas del color verde casi tan cálido como el de mi hermana y mi pelo está recogido con la mera intención de ocultar las raíces claras que empiezan a salir. Aquellas personas no me miran dos veces y es lo que esperaba. Necesito oír algo, descubrir cualquier cosa que me ayude a encontrar a quien dio la orden, porque después de todo son inventores. Es el momento que llevo años esperando... Siento que alguien me está mirando, giro la cabeza y no le encuentro. Tengo que salir de ahí. Dejo las copas en una mesa y voy hacia el baño hasta esconderme en la tercera cabina y subirme al retrete. Alguien entra detrás de mí. Se abre una cabina de un golpe, luego otra. Me tenso y me preparo para atacar, llevo una navaja en la cintura. Quien sea que está ahí, golpea la puerta y yo le doy una patada que le hace caer. Sin pararme a mirarle salgo corriendo, evadiendo la sala con los invitados y voy directamente a las escaleras. Bajo varias tandas de pisos y me siento en las escaleras a esperar a oír algún otro sonido.
Plan de emergencia: saco la pantalla de control que llevo atada a la cintura y deshabilito las cámaras de seguridad junto con la alarma. Vuelvo a subir y me quedo en la puerta, arreglada gracias a la cámara del móvil y preparada para poner mi mejor expresión de desconcierto cuando suban los agentes de seguridad. Solo que no ocurre así. Alguien abre la puerta de las escaleras del piso 16.
- Marine, basta de mentiras.

Esto sí que no me lo esperaba.
 Capítulo 2
 Marine, enemiga de la luz


-        ¿Por qué no me dijiste que querías volver a “casa”? Sabía que no estabas bien conmigo y con mi madre, pero tú y Thora sois parte de mi familia. No quiero que te vayas, por favor no te vayas.

Recuerdo perfectamente las palabras de Samuel la primera vez que me marché, y verle allí trae demasiados recuerdos y una verdad que no puedo dejar pasar, si él ha podido reconocerme cualquiera puede descubrir quién soy.
Le mantengo la mirada y me debato entre si intentar escapar o enfrentarme a él y decirle que olvide que me ha visto, pero no puedo. Bloqueo todas las puertas electrónicas que dan a las escaleras con el panel y respiro hondo muy lentamente.

-        No voy a mentirte esta vez, voy a intentar ser todo lo sincera que puedo – me quito los tacones y me siento en las escaleras mientras él sigue ahí parado. – Primero, siéntate porque me estás poniendo nerviosa y deja de mirarme así.

Él entrecierra los ojos y se deja caer en el mismo escalón, solo que pegado a la barandilla para estar lejos de mí.

-        Vale, como puedes imaginarte por cómo voy vestida, no puedo dejar que nadie sepa quién soy…

-        ¿Por qué? – me interrumpe. – Mi madre y yo te hubiésemos protegido, tu hermana es feliz, tiene una vida y tú solo te escondes. ¿Y para qué? ¿Crees que tu padre hubiese querido este tipo de vida para ti? – Suspira y mira hacia el final de la escalera.

-        Tú no lo entiendes. Necesito saber por qué ocurrió, por qué lo perdimos todo. El trabajo de una vida perdido, ¿A caso no puedo no ser diferente a ti? Que no me quedase con vosotros no significa que no quiera que estéis a salvo, lo sois todo para mí.

-        Demuéstralo.

Niego con la cabeza una par de veces y antes de darme cuenta soy una niña de nuevo. En mi defensa, no esperaba nada de esto y tampoco es que esté preparada para mantenerle a salvo. Vuelvo a mirar la pantalla que sigo sosteniendo y acabo con todo el control que estoy ejerciendo en la seguridad del edificio para entregárselo, porque mi hermana y yo le debemos estar vivas y a diferencia de él, puedo salir sin ser vista y ya es demasiado tarde para que no le vinculen con la razón de la “incidencia de seguridad”.

-        Nos comunicaremos a través de la pantalla, hasta que no decida hacerlo no podrás enviar mensajes ni seguirme a través de la señal.

Me giré para bajar y antes de decir nada estúpido salí corriendo planta tras planta hasta llegar al vestíbulo, para entonces retocarse ya no tenía sentido. Pasé mi tarjeta identificativa temporal por el sensor y salí al exterior.
La brisa me acarició la cara dejándome sin respiración. Sabía que tendría que vagar unas horas antes de volver a casa por si alguien me seguía, conocía perfectamente el protocolo. ¿Cómo? Porque tuve una buena maestra. A los pocos días de irme de Ranta, la ciudad costera en la que nos reubicaron, acabé en la calle. No tenía dinero, ni comida y mucho menos dónde quedarme. Hasta que Leila me encontró. Era una chica con poca más edad y que yo, nacida en las calles y sin más educación que la que había aprendido para poder sobrevivir. Ella creó a Abi y estuvimos juntas durante 4 años, hasta que… la mataron por lo que había robado ese día. Mientras yo iba a reunirme con ella y si no hubiese sido porque ya clamé mi venganza ahora me seguiría torturando como lo hago por mi padre. Y si Samuel espera encontrar a Marine, debería empezar a prepararse para el golpe que supondrá ver que no queda nada de ella.
A última hora de la tarde vuelvo a mi guarida y me tumbo en mi cama, con una réplica de la pantalla en la mano. Todavía no me he permitido pararme a pensar quién me atacó en los baños, pero eso no importa, lo que sí lo hace es que fallé mi misión y tengo que encontrar otra forma de encontrarles.
¿Sigues vivo? – Escribo y la lanzo al otro extremo de la cama. Pero en cuanto se ilumina la pantalla, pongo los ojos en blanco y miro la respuesta.
Sí, pero creo que hoy he visto un fantasma.
Esta conversación es muy mala idea, pero ahora que me ha encontrado me pregunto si realmente quiero volver a alejarme. Si lo hice la primera vez no fue solo por mi sed de venganza, hay otra razón por la que me buscan y quizás me hayan encontrado ya. Es curioso cómo cambia la vida de un segundo para otro.
Cuando os hablé de Navinia me dejé un detalle crítico para que entendáis por qué vivo cómo lo hago, porque me alejo de todo el mundo y me arriesgo de esta manera. En nuestra comunidad no todos son realmente humanos. El índice casi inexistente de lo que quedaba de radioactividad atrajo a almas de otro mundo, o quizás siempre estuvieron ahí. La primera generación que se instaló allí, tuvo hijos y quienes mostraron convertirse en recipientes para ellos murieron brutalmente. La caja de luz iba a mantenerla dentro de mí, pero sin ella… puede que ella consiga el control de mi cuerpo o acabe conmigo. Mi padre anotó dicha anomalía en sus diarios, los mismos que robaron sus asesinos.
¿Volveremos a vernos?
Una pregunta audaz de un chico que también tuvo que crecer demasiado deprisa. Si supiera la verdad no volvería a saber de él ni de mi hermana. Si el final está cerca para mí de una forma u otra quizás debería verles….
Tengo algunos de los diarios de tu padre. 

Capítulo 3 
Sammy, guardián de los desamparados

El aire que entra por la ventana es mi único contacto con la realidad, por lo que sé esto no está ocurriendo, la cortina no me roza el hombro y no estoy oyendo el ruido de los coches detrás de mí. Tampoco estoy apoyada en el alféizar de la ventana de su habitación de hotel, debatiéndome entre obligarle a decirme dónde están los antiguos diarios de mi padre y quemar el hotel hasta sus cimientos. Mi desesperación no tiene límites. No, en serio, no tiene límites.
Suspiro y me bajo sin hacer ruido para empezar a abrir las cómodas y el gran armario empotrado del fondo de la habitación, hasta que se me agota la paciencia y abro las puertas violentamente. Entonces le oigo revolverse detrás de mí, encender la luz y ponerse de pie. Suspiro.

-        Dame los diarios y me iré.- Parezco más cansada de lo que realmente estoy, pero eso es algo bueno, quiero volver a mi agujero y dormir. Quiero estar preparada para seguir con mis planes, no ocuparme de fantasmas del pasado cuando el fantasma debería ser yo.

-        ¿Qué?

-        Sé que me has oído. Los diarios. Dámelos.

Él respira hondo tembloroso y se sienta en la cama. No, susurra. Coloco la mano en la pistola táser que tengo oculta en el cinturón y me obligo a contener mi rabia. No puede ser, maldita sea. Es imposible que quién salvo a mi hermana de vivir en un orfanato sea quien me dificulte conseguir lo que necesito.
Se pasa la mano por la barbilla y mira hacia la puerta de la habitación. Podría dispararle en la rodilla y acallar sus gritos de dolor hasta que me dijese dónde están, pero entonces ninguno de los dos saldría ganando: él, por lo evidente, y yo, porque no torturo a inocentes, así de simple. Aunque no sea la primera vez que se me pasa por la cabeza ni la primera vez que alguien está en el lugar y en el sitio equivocado.
Plan B, juguemos a los viejos amigos.

-        Tú no lo entiendes, – le digo, con más suavidad, solo me falta quitarme las lentillas y sería otra vez Marine, tronchante,-  los diarios son la prueba de lo que mi padre estuvo haciendo y sería demasiado fácil rastrearlos hasta ti, lo que les llevaría a mi hermanita. No quieres salvar a Thora, Sammy. Creía que todavía tenías complejo de héroe.

El pequeño Sammy no dejaría morir ni a uno de esos animales mutados del río, con demasiados ojos y demasiadas patas pero condenados a morir porque su cuerpo no estaba preparado para su naturaleza aleatoria. Pero la pequeña Marine siempre era la voz de la razón y a veces la que le metía en problemas con el resto de la comunidad. Él sabe que no tiene la sangre fría para ser algo más que un héroe frustrado, igual que lo sabemos todos los que quedamos.

Un primer ruido en el pasillo del hotel me hace apretar mi cinturón, a unos centímetros del arma.  El segundo y que lleva a la puerta abriéndose, a esconderme en el armario con el arma a la altura de mi pecho. Hay pasos de dos hombres, no, tres porque la tercera es una mujer. La cama cruje en cuanto Samuel se levanta. Si han abierto la puerta de la habitación sin forzar el cerrojo es que tenían la llave, aun así no creo que sea política del hotel forzar las puertas en mitad de la noche.

-        ¿Quiénes…?- La voz de Sammy se apaga de repente y se oyen forcejeos. Si vamos a ser uno contra tres necesitaré mi querido factor sorpresa.

Abro la puerta de golpe y me tiro al suelo con el brazo estirado. Disparo mi arma tres veces y cae uno a uno como si fuesen un mecanismo bien engrasado, también Sammy porque le están sujetando. Pero se aleja rápidamente y va a ponerse a mi lado mientras me dirijo a la puerta, la ventana solo podría alertar a los vecinos después del sonido de los cuerpos cayendo. Y, sí, no voy a abandonarle allí. Aunque tampoco es que vaya a irme de inmediato.
Le quito el arma a uno de ellos que se retuerce en el suelo y se la lanzo a Samuel.

-        ¡Cúbreme! – Le ordeno mientras cacheo a uno de los hombres, en busca de algo que me diga quienes son, pero no hay nada. Van vestidos para no llamar la atención y… espera, no es así. A uno de ellos le brillan los ojos y la mujer se está tambaleando en el suelo como si más que un disparo hubiese recibido un golpe en la cabeza. No lo entiendo.

Voy hacia ella y, en cuanto abre la boca, sale un humo blanco y grita de dolor. El humo va cogiendo forma lentamente hasta convertirse en una figura retorcida y atrayente. Perfecta. Necesito tocarla. Estiro la mano y Samuel me sujeta antes de conseguir llegar hasta ella. Entonces la figura chilla y desaparece como si fuese el resultado de un truco de magia.

-        Tenemos que irnos- me dice Samuel y tira de mí para que me levante y deje la habitación. Eso acaba con mi atontamiento.

Antes de que pasen diez segundos estamos corriendo escaleras abajo hacia la salida. Sé que tendremos que ir a mi apartamento cómo yo llegué hasta allí, pero también, que si se lo digo, nos retrasará. Miro mi reloj, el próximo tren vendrá en dos minutos y cuarenta y seis segundos. Cuarenta y cinco. Corremos entre los edificios, cruzando la carretera y esquivando los coches, siento que no estamos solos y ahora no importa. Seguimos hasta la estación y subimos las escaleras hasta llegar a la puerta que lleva a segunda planta. Me giro para mirarle y veo su incertidumbre, veo desconfianza y eso me hace sonreír. No quiero que confíe en mí solo porque una vez me conoció.
Abro la puerta con la pantalla de control que llevo oculta en mi abdomen y voy hasta el borde de la plataforma, justo encima de un par de viajeros que van a subirse al tren de forma normal. Estiro la mano hacia él y vuelvo a sonreír y lo mejor es que esta vez mi sonrisa no es calculada. Solo quiero disfrutar con alguien de algo tan cotidiano como lo es viajar encima del vagón bajo la luz de la luna. Le veo planteárselo y finalmente dar un paso y agarrarme fuertemente de la mano. Cierra los ojos, le susurro en el oído. Si lo hace o no, no me importa, solo tiro de él hacia el vagón en cuanto para y me tumbo, mientras le indico que se mantenga callado, a mi lado.
Es bonito cómo la luz de las estrellas se refleja sobre el acero del que el tren está construido y cómo las lunas estén una junto a la otra. Momentos así me hacen sentirme más niña y más débil, pero no me importa porque en unos minutos tendré que levantarme y solo quiero disfrutar de momento.
Marxpent. Mi parada. La última de la vía dieciséis y por lo tanto, en la que más se para el tren, lo que nos permite bajar por la escalerilla incorporada al último vagón. Hace años había cámaras de seguridad en este lado de la ciudad, ahora quien se baje aquí está completamente solo.
Y ahora que estamos caminando juntos, me pregunto qué pensará de este lugar, porque permanece completamente callado e inexpresivo. Quizás él también es diferente y no me he permitido darme cuenta porque eso significaría que ninguno de los dos hemos sido realmente libres.
La puerta de mi apartamento se abre con el código indescifrable que cambio a diario y le invito a pasar a mi humilde morada. A la vista solo hay una cama, un escritorio con un ordenador portátil, un televisor y un par de cachivaches robóticos que cree hace mucho tiempo, el baño está oculto en la pared por si alguien consiguiese entrar.

-        Puedes quedarte aquí todo lo que lo necesites, no será un palacio, pero es seguro.

Voy hacia el baño, abro la puerta y enciendo la luz. Los azulejos blancos reflejan en mi piel blanquecina casi transparente y me quito las lentillas de colores, para después dejar la cazadora sobre la mampara del rincón mugriento al que llamo ducha.
Cuando vuelvo a la habitación, me está observando al lado de la puerta. Seguramente esté en shock.

-        Puedes dormir en mi cama, yo dormiré en la silla. Es más cómoda de lo que parece y, ¿por qué, no? Tampoco es que no lo haya hecho nunca.

Silencio. Decido ignorarle y sentarme en la silla. No, no tiene sentido que esté aquí, ni que vaya a pasar la noche, ni que ahora tenga a gente que trate de matarle cuando esta forma de vida también es por él. Me levanto y me pongo a su altura mientras no hace otra cosa que mirarme. No puede volver a casa porque podrían seguirle y la opción de enseñarle a sobrevivir conmigo es quizás lo más seguro. En este instante quiero gritarle que por qué ha tenido que venir, que me explique desde el principio qué hacía con el invento de mi padre, pero le pongo la mano en el hombro y aprieto. No es momento para esas preguntas, sino para dormir. Mañana tendrá que demostrar que es capaz de seguir mi ritmo.

Código de registro: 1606228199350
Espero que os haya gustado. Intentaré seguir publicando cada semana. 

¡Un saludo!